EL SECRETO DE LOS NUMERO UNO
Extrañas teorías deterministas
Si se preguntara qué es exactamente lo que convierte a Cristiano Ronaldo, Tiger Woods o Michael Phelps en deportistas tan extraordinarios, la mayoría de la gente probablemente respondería que su éxito fue resultado de un talento innato, al que muchos definirían como genio. Malcolm Gladwell, en su nuevo libro, Outliers , dispara una verdadera andanada contra esta idea de logro excepcional, la idea de que alguien ocupaba el primer puesto en la fila genética para recibir un don extraordinario. Gladwell afirma que hay otros factores que determinan el éxito, en muchos campos de la vida, no sólo en el deporte: circunstancias ventajosas, como el lugar en el que uno nace; el empeño puesto en trabajar en la ocupación elegida, y el medio cultural en que uno crece. Cuenta que el psicólogo canadiense Roger Barnsley advirtió que una enorme proporción de los jóvenes jugadores talentosos de hockey sobre hielo de su país había nacido en enero, febrero o marzo. Luego Barnsley descubrió que ese fenómeno se repetía en diversas franjas etarias del hockey sobre hielo, y también entre los profesionales de la liga canadiense de hockey. El efecto sobre él fue tan fuerte que creyó haber descubierto una ley inexorable del hockey canadiense: en cualquier grupo de jugadores de elite, el 40 por ciento habrá nacido entre enero y marzo, el 30 por ciento entre abril y junio, el 20 por ciento entre julio y septiembre y el 10 por ciento entre octubre y diciembre. La explicación es que la fecha límite de la edad aceptable para las ligas menores es el 1° de enero. Así, los muchachos nacidos en enero jugarán con aquellos que son hasta 11 meses menores que ellos, pero serán más grandes, más desarrollados y coordinados. Como consecuencia, parecerán mejores y serán seleccionados para los mejores equipos, recibirán mejor entrenamiento y jugarán más cantidad de partidos. Para el momento que ingresan en la adolescencia, las ventajas que resultan de este corte arbitrario están tan arraigadas que los jugadores "de principios del año" son verdaderamente mejores que sus compañeros más jóvenes, que nunca pueden ponerse a su nivel. Gladwell dice que lo mismo se aplica al béisbol estadounidense y al fútbol europeo, porque usan sistemas semejantes para establecer el límite de edad de los ingresantes. En el béisbol estadounidense la fecha límite es el 31 de julio, por lo que hay más jugadores de las ligas mayores que han nacido en agosto que en cualquier otro mes. En el fútbol inglés, la fecha límite es el 1° de septiembre. Agrega, con cierta vaguedad, que "en un momento de la década de 1990", la primera división inglesa tenía 288 jugadores nacidos entre septiembre y noviembre, y sólo 136 nacidos entre junio y agosto. Sin embargo, el fútbol americano y el básquetbol, en los Estados Unidos, no revelan nada determinado por ese corte, porque no seleccionan ni reparten ni diferencian a los jugadores de manera tan tajante. Gladwell argumenta que las fechas de ingreso determinadas por la fecha de nacimiento no sólo definen quién tendrá más éxito en el deporte, sino que además son ineficaces, porque desperdician el talento atlético de los nacidos en la segunda mitad del año calendario. Su solución sería establecer dos o tres ligas menores de hockey o de fútbol por cada año, divididas según el mes de nacimiento. Esto permitiría que los menores se desarrollaran separadamente, y luego podrían elegirse los equipos de elite entre los mejores de todas esas ligas. Es obvio que está en lo cierto en ese aspecto, y es algo que los países que establecen esos sistemas etarios tan rígidos deberían atender. Pero como explicación del éxito en el deporte, el argumento de Gladwell es limitado, unidimensional y excesivamente determinista. Sólo escribe sobre deportes de equipo, y los deportes individuales, como el tenis o el atletismo, no reciben siquiera una mención. Casi todas sus estadísticas se refieren a equipos juveniles, y es sabido que no todos los jóvenes sobresalientes llegan a los niveles más altos en las ligas mayores. Una diversidad de circunstancias, no sólo la edad, contribuyen a la creación de las estrellas deportivas, además de su talento. Los atletas del este de Africa prevalecen en las carreras de fondo principalmente porque viven y se entrenan a gran altura. Un niño chino al que le gusta el tenis de mesa tiene mucha más posibilidades de convertirse en campeón mundial que un niño británico, por el estatus diferente de ese deporte en sus respectivas culturas y las oportunidades que se les ofrecen en consecuencia. Los padres de Venus y Serena Williams eran pobres, pero estaban decididos a convertir a sus hijas en campeonas de tenis, mientras que Roger Federer era hijo de padres relativamente ricos que nunca lo presionaron en absoluto. Y además, su argumento es demasiado determinista, porque con frecuencia nos encontramos con lo inesperado en los más altos niveles del deporte. George Best era un genio del fútbol, y, sin embargo, antes de sobresalir en el Manchester United se lo consideraba demasiado pequeño para jugar profesionalmente. Usain Bolt, que mide 1,93 metros y es el hombre más rápido del mundo, contradice todas las ideas sobre cuál es la mejor estatura para un corredor. ¿Y qué posibilidades tenía Lewis Hamilton, que provenía de una familia negra relativamente pobre, de convertirse en campeón de automovilismo a los 23 años, en un deporte que implica privilegios, riqueza y raza blanca? Las agudas observaciones de Gladwell llegan hasta allí, pero no abarcan la genialidad de Diego Maradona, Garry Sobers, Michael Jordan y otros semejantes.
Si se preguntara qué es exactamente lo que convierte a Cristiano Ronaldo, Tiger Woods o Michael Phelps en deportistas tan extraordinarios, la mayoría de la gente probablemente respondería que su éxito fue resultado de un talento innato, al que muchos definirían como genio. Malcolm Gladwell, en su nuevo libro, Outliers , dispara una verdadera andanada contra esta idea de logro excepcional, la idea de que alguien ocupaba el primer puesto en la fila genética para recibir un don extraordinario. Gladwell afirma que hay otros factores que determinan el éxito, en muchos campos de la vida, no sólo en el deporte: circunstancias ventajosas, como el lugar en el que uno nace; el empeño puesto en trabajar en la ocupación elegida, y el medio cultural en que uno crece. Cuenta que el psicólogo canadiense Roger Barnsley advirtió que una enorme proporción de los jóvenes jugadores talentosos de hockey sobre hielo de su país había nacido en enero, febrero o marzo. Luego Barnsley descubrió que ese fenómeno se repetía en diversas franjas etarias del hockey sobre hielo, y también entre los profesionales de la liga canadiense de hockey. El efecto sobre él fue tan fuerte que creyó haber descubierto una ley inexorable del hockey canadiense: en cualquier grupo de jugadores de elite, el 40 por ciento habrá nacido entre enero y marzo, el 30 por ciento entre abril y junio, el 20 por ciento entre julio y septiembre y el 10 por ciento entre octubre y diciembre. La explicación es que la fecha límite de la edad aceptable para las ligas menores es el 1° de enero. Así, los muchachos nacidos en enero jugarán con aquellos que son hasta 11 meses menores que ellos, pero serán más grandes, más desarrollados y coordinados. Como consecuencia, parecerán mejores y serán seleccionados para los mejores equipos, recibirán mejor entrenamiento y jugarán más cantidad de partidos. Para el momento que ingresan en la adolescencia, las ventajas que resultan de este corte arbitrario están tan arraigadas que los jugadores "de principios del año" son verdaderamente mejores que sus compañeros más jóvenes, que nunca pueden ponerse a su nivel. Gladwell dice que lo mismo se aplica al béisbol estadounidense y al fútbol europeo, porque usan sistemas semejantes para establecer el límite de edad de los ingresantes. En el béisbol estadounidense la fecha límite es el 31 de julio, por lo que hay más jugadores de las ligas mayores que han nacido en agosto que en cualquier otro mes. En el fútbol inglés, la fecha límite es el 1° de septiembre. Agrega, con cierta vaguedad, que "en un momento de la década de 1990", la primera división inglesa tenía 288 jugadores nacidos entre septiembre y noviembre, y sólo 136 nacidos entre junio y agosto. Sin embargo, el fútbol americano y el básquetbol, en los Estados Unidos, no revelan nada determinado por ese corte, porque no seleccionan ni reparten ni diferencian a los jugadores de manera tan tajante. Gladwell argumenta que las fechas de ingreso determinadas por la fecha de nacimiento no sólo definen quién tendrá más éxito en el deporte, sino que además son ineficaces, porque desperdician el talento atlético de los nacidos en la segunda mitad del año calendario. Su solución sería establecer dos o tres ligas menores de hockey o de fútbol por cada año, divididas según el mes de nacimiento. Esto permitiría que los menores se desarrollaran separadamente, y luego podrían elegirse los equipos de elite entre los mejores de todas esas ligas. Es obvio que está en lo cierto en ese aspecto, y es algo que los países que establecen esos sistemas etarios tan rígidos deberían atender. Pero como explicación del éxito en el deporte, el argumento de Gladwell es limitado, unidimensional y excesivamente determinista. Sólo escribe sobre deportes de equipo, y los deportes individuales, como el tenis o el atletismo, no reciben siquiera una mención. Casi todas sus estadísticas se refieren a equipos juveniles, y es sabido que no todos los jóvenes sobresalientes llegan a los niveles más altos en las ligas mayores. Una diversidad de circunstancias, no sólo la edad, contribuyen a la creación de las estrellas deportivas, además de su talento. Los atletas del este de Africa prevalecen en las carreras de fondo principalmente porque viven y se entrenan a gran altura. Un niño chino al que le gusta el tenis de mesa tiene mucha más posibilidades de convertirse en campeón mundial que un niño británico, por el estatus diferente de ese deporte en sus respectivas culturas y las oportunidades que se les ofrecen en consecuencia. Los padres de Venus y Serena Williams eran pobres, pero estaban decididos a convertir a sus hijas en campeonas de tenis, mientras que Roger Federer era hijo de padres relativamente ricos que nunca lo presionaron en absoluto. Y además, su argumento es demasiado determinista, porque con frecuencia nos encontramos con lo inesperado en los más altos niveles del deporte. George Best era un genio del fútbol, y, sin embargo, antes de sobresalir en el Manchester United se lo consideraba demasiado pequeño para jugar profesionalmente. Usain Bolt, que mide 1,93 metros y es el hombre más rápido del mundo, contradice todas las ideas sobre cuál es la mejor estatura para un corredor. ¿Y qué posibilidades tenía Lewis Hamilton, que provenía de una familia negra relativamente pobre, de convertirse en campeón de automovilismo a los 23 años, en un deporte que implica privilegios, riqueza y raza blanca? Las agudas observaciones de Gladwell llegan hasta allí, pero no abarcan la genialidad de Diego Maradona, Garry Sobers, Michael Jordan y otros semejantes.
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